La importancia del coche en la obra de Salvador Dalí: el "automóvil vestido"

Montse Aguer
Directora del Centro de Estudios Dalinianos. Fundación Gala-Salvador Dalí.

Autoclub, 2001

El automóvil, casi desde su nacimiento, aparece en el arte del siglo XX como símbolo de modernidad, juventud, energía, fuerza, audacia, movimiento, y también de innovación, progreso y rebeldía. En estos términos se expresa Marinetti en su conocido manifiesto futurista: "... un automóvil de carrera, que parece correr sobre metralla, es más hermoso que la victoria de Samotracia".


Y, de este modo, se expresa Salvador Dalí, junto con Lluís Montanyà y Sebastià Gasch, en su "Manifest groc" de 1928, en la que se hallan algunas de las claves para contextualizar la máquina en la nueva época:
"El maquinismo ha evolucionado el mundo. Se ha formado una sensibilidad posmaquinista. Los artistas actuales han creado un arte nuevo de acuerdo con esta sensibilidad. De acuerdo con su época." Y añaden manifestaciones del tipo: "Existe el salón del automóvil y la aeronáutica" o "denunciamos la absoluta falta de juventud de nuestros jóvenes".

A diferencia de la mayoría de surrealistas, Dalí representa a menudo el coche en su producción. Aparece en obras muy tempranas, como el óleo titulado Bañista (1924) retrato de su amigo Joan Xirau; en un dibujo de 1925, o en Muchacha de Figueres de 1926, donde aparece la palabra Ford, obra que muestra a Picasso en la visita que le hace en París.

Dalí, como no podía ser de otro modo, va más allá y enriquece los múltiples significados que se dan al coche y le aplica su método paranoico-crítico y su especial concepción del mundo. Así el coche fosilizado que aparece en Monumento imperial a la mujer-niña (1929) lo utiliza para dar una extensión en el tiempo a la presencia mineral e intemporal de las rocas del Cabo de Creus. La presencia de máquinas dinámicas como coches o aviones crea una disociación de ideas. Une la materia fósil, el tiempo inmemorial junto a lo más reciente en la historia del hombre: la máquina que proporciona movilidad. El contraste de ideas e imágenes sirve para despertar la imaginación del espectador.

Asimismo en Automóviles vestidos (1941) crea una nueva disociación de ideas: viste elegantemente al Cadillac, con ropajes dignos de una casa de alta costura. Le otorga glamour y distinción, como hace también en algunos pasajes de su novela Hidden Faces (Rostros ocultos) de 1944. Y al mismo tiempo alude a la doble imagen, la ilusión óptica. La presencia de imágenes enigmáticas provoca en nuestra visión de espectadores significados nuevos y ocultos. Dalí juega con la realidad, la descompone y la transforma.

El coche es una constante a lo largo de su producción artística. En 1976 escribe en el primer número de su "Setmanari artístic empordanesa" sobre El taxi lluvioso:

"... el famoso Cadillac que Dalí regaló a Gala y del que existen seis. Uno de ellos era del presidente Roosevelt, otro de Clark Gable etc. Esta es la cuarta reproducción del famoso Taxi lluvioso, hoy todos destruidos.

El primero se exhibió, con gran éxito, en la exposición surrealista de París. El segundo, en la Feria Mundial de Nueva York y el tercero en la retrospectiva surrealista en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Y el cuarto es éste permanente en el Museo Dalí."

Nosotros podemos añadir que este Cadillac -Taxi lluvioso- es el elemento central del antiguo patio de butacas del teatro municipal de Figueres, hoy convertido en Teatro-Museo Dalí, y atrae la atención de los más de diez millones de personas que hasta hoy lo han visitado. Se trata del Cadillac que conducía Gala y con el que, durante su estancia en Estados Unidos, habían viajado de costa a costa (Foto 1).

Y aparece de nuevo, doblemente, el coche en una de sus últimas obras, Doble victoria de Gaudí (1982). El artista nos hace un guiño y plasma a una Victoria de Samotracia dalinizada rodeada por dos automóbiles, rindiendo tributo una vez más a esta máquina compleja que tal disparidad de sentimientos despierta, tal vez tantos como la contemplación de la belleza llamada clásica. Ya en 1929 había escrito: "Las metáforas más perfectas y exactas se nos ofrecen hoy acuñadas y ya objetivadas por la industria", toda una declaración de principios del credo moderno.